martes, 3 de abril de 2007

Dos mitos de la danza en el Real


Si alguien ha tenido la suerte de ver a Sylvie Guillem y a Russell Maliphant en Push, espectáculo que durante cuatro días se ha podido ver en el Real, coincidirá conmigo en que hemos visto lo mejor de la danza contemporánea actual. Las figuras que componen los dos bailarines son de una fluidez y un movimiento espectaculares y una no puede dejar de mirar el musculoso cuerpo de Sylvie Guillem, las más largas piernas de la danza, con permiso de Lucía Lacarra.
Si la danza contemporánea es energía, la coreografía ideada por Maliphant es la fórmula matemática que la explica: las posturas que adaptan los bailarines -con Guillem en el aire, dejándose caer en caída libre- denotan una comunicación entre ambos como si de una conversación entre dos cuerpos se tratara. El movimiento que fluye entre ambos parece sencillo, parece hecho sin esfuerzo, como si sus cuerpos estuvieran destinados a esas formas imposibles. Torsiones de caderas, de rodillas, combinaciones mágicas que ponen en funcionamiento cada uno de los músculos de los cuerpos de los magníficos bailarines, especialmente de Sylvie Guillem, cuyo cuerpo, genialmente iluminado por Michael Hulls, es un auténtico instrumento de precisión para el ballet.

Perfectas composiciones escultóricas en un equilibrio mágico con un especial sentido del ritmo y de la forma, es lo que crea el Maliphant, al servicio siempre de Guillem. Impulso, energía y acrobacia son manejadas con una falsa sencillez por este prodigioso creador.
Cuando una ve este ballet, está claro que está viendo danza contemporánea pero, a la vez, está muy patente toda la danza clásica de la que emana, sin cuya técnica esta belleza perfecta, este fluir sin que se note, no sería posible. Pero en esta coreografía de Maliphant, movimientos procedentes de técnicas orientales (tai chi, yoga, artes marciales...) se combinan perfectamente con las formas clásicas de ballet (esto
es bien patente en la coreografía Shift que baila "aparentemente" solo, ya que es acompañado brillantemente por las sombras). La experiencia gimnástica de Sylvie Guillem se aprecia en su físico que le permite hacer lo que quiere con su cuerpo, al servicio de esta hermosa coreografía (sus 42 años en esta forma ya los querrían algunos bailarines de 20).

Ambos destacaron, en la rueda de prensa, la importancia de la danza clásica como base para su trabajo personal. En el caso de la bailarina francesa es especialmente importante, ya que fue bailarina "étoile" (estrella) del Ballet de la Ópera de París a las órdenes de Rudolf Nureyev. Ha bailado, además, obras de Bejart, Balanchine, Forsythe, aparte de todo el repertorio clásico, habiendo sido estrella invitada del Royal Ballet. "Contar con una formación clásica te permite salir y volver a ella cuando lo necesitas", considera la artista, reconociendo que éste ha sido un "bagaje esencial" en su carrera y no lo ha dejado del todo. Para Maliphant, la formación clásica "es un entrenamiento fantástico que permite tener una articulación importante".
Las obras de este canadiense de 46 años fueron durante un tiempo para pocos espectadores. Sólo algunos afortunados habían visto sus coreografías realizadas por grupos eventuales de bailarines en teatros alternativos, que convirtieron sus piezas en uno de los secretos mejor guardados del mundo de la danza, como dice el dossier del Teatro Real.
Ahora, ese secreto está al alcance de muchos más. Esperemos que pronto vuelvan para que sigan compartiendo con nosotros todo su talento.

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