¿Puede existir la revolución sin locura? ¿Es la locura elemento sustancial de toda revolución? Animalario nos sumerge en una locura compartida para reflexionar sobre nuestro mundo echando una mirada a la Revolución Francesa. Y logra un montaje fascinante, que no te cansas de ver y que no deja de sorprender.
Con un escenario blanquísimo gracias a estar lleno de ropa sucia (primera contradicción, primera “pureza” hecha de “suciedad”), la compañía nos introduce en un manicomio en el que los locos interpretan una obra: Persecución y asesinato de Jean Paul Marat representado por el grupo teatral del hospicio de Charenton (aquí Nervión) bajo la dirección del Marqués de Sade , más conocida como Marat-Sade, de Peter Weiss. Su locura hace que, a medida que avance la obra, se apasionen y nos hagan llegar reflexiones que traspasan el ámbito teatral de la Revolución Francesa para criticar no sólo el manicomio en el que ellos viven sino la sociedad del siglo XXI en la que nosotros vivimos.
La obra se basa en la anécdota histórica de las representaciones que tenían lugar en el manicomio de Charenton -para distracción de los burgueses del París napoleónico- bajo la dirección del marqués de Sade, el más célebre de los pacientes del asilo, donde permanecía internado con carácter forzoso.
Aunque (aviso a quienes no conozcan a la compañía Animalario) hay momentos de “cómo se lo montan los de Animalario en el escenario”, la verdad es que no desentonan en un montaje en el que la locura nos conduce cada vez más por los senderos revolucionarios.
Un paranóico haciendo de Marat; una enferma aquejada de letargias, de Carlota Corday, interpretanto a la asesina de Marat; el Marqués de Sade dirigiendo la obra; un narrador-apuntador que nos cuenta la historia; un coro, a la manera de los clásicos griegos, que se presentan en escena para guiarnos musicalmente (los momentos cabaret musical, concierto punk, canción melódica… son un contrapunto genial, con una canción estribillo pegadizo que no dejamos de cantar el amigo con el que iba y yo cuando cuando salimos del teatro) por los momentos revolucionarios, una ¿directora? de manicomio que trata de poner orden reprimiendo los momentos de exaltación.
Sin un momento de respiro, ya que todas las escenas se quedan en la retina, sin que haya momento de desperdicio durante las casi tres horas que dura la obra y que se pasan como un suspiro, la obra trata temas como antimilitarismo, antinacionalismo, antimonarquía. Sin desvelar mucho, dos frases y un momento antimilitarista: “El mayor acto de honor de un soldado es la deserción”; “El artículo 1 del cualquier estatuto que rige una institución militar debería ordenar su desaparición”. El momento: un loco señala "¿es tan utópico poder vivir en paz? ¿no se puede educar para la paz?" A lo que la directora contesta con un tortazo. Muy gráfico.
Y así, con forma semejante, se critica a la monarquía, a la iglesia, a los ejércitos, a la guerra, al conformismo, pero también a la revolución, sus métodos, la violencia, la masa, la rabia incontrolable, la justicia convertida en injusticia. El magnífico texto de Peter Weiss es tanto más revolucionario porque critica también los principios de la misma revolución. Nada escapa a la crítica de los "locos". La dialéctica entre reforma y revolución, entre acción y filosofía, entre pueblo e individuo, la discusión sobre hasta dónde debe llegar el dolor colectivo como catarsis, la reflexión sobre la violencia… hacen pensar y reaccionar.
Salir del teatro haciéndose un montón de preguntas (¿Debe estar siempre el pueblo por encima del individuo? ¿No se hace la revolución para contentar pequeños deseos individuales más que colectivos? ¿Somos capaces de llevar la revolución a la práctica? ¿Se ha llevado alguna vez? ¿Dónde se agotan las revoluciones? ¿No benefician siempre a los mismos, llámese burguesía o empresas multinacionales? ¿La revolución acaba con la corrupción o sólo cambia a los corruptos? ¿Cuál es la función del líder? ¿Se agota la revolución con la democracia?) es uno de los grandes logros de esta obra.
En el post sobre
Un enemigo del pueblo comentaba que esperaba que el montaje de Marat-Sade fuera más cercano, más actual, que lograra implicar al espectador, cosa que, conmigo no consiguió el montaje de Gerardo Vera de la obra de Ibsen. Andrés Lima sí lo consigue ahora en el Teatro María Guerrero de Madrid, ayudado por la gran versión de Alfonso Sastre. La actualización no tiene que ver con un texto magnífico (es algo que ya está ahí) sino en la forma en que éste se presenta (el momento telediario de noticias y el estilo de reportero con micrófono en la mano que se aprecia durante toda la obra es un ejemplo de esto, pero también la brutal escena en la que Sade habla del dolor colectivo sufriendo dolor individual pedido o el simbólico momento en el que el pueblo impone al líder las plumas de gran jefe indio….Fantásticos los actores, especialmente Pedro Casablanc como Marat y Alberto San Juan como Sade, aunque es injusto no mencionar el enorme trabajo de todo el elenco bordando a estos locos que interpretan a personajes históricos, en un genial ejemplo de teatro dentro del teatro.
Fecha: 02/03/07
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