jueves, 8 de marzo de 2007

Jonhhy cogió su fusil, una mirada antibelicista de total actualidad





Donald Trumbo escribió en 1939 una novela antibelicista que, más tarde, convertiría en película (para la que también escribió el guion). Confieso que tengo pendiente terminar de ver la película (mi primer intento fue hace años cuando la pusieron en La 2, en Versión Original subititulada alrededor de las dos de la mañana y, seguro que es excelente, pero es leeeeeennnnntaaaaaaaa. Tengo que hacer otro intento en horas normales de la tarde...).
Johnny cogió su fusil nos cuenta una dura historia, la de Joe Bonham, un soldado de la Primera Guerra Mundial horriblemente mutilado en el frente. Joe está vivo, pero es sólo un torso sin rostro. Con este material, Jesús Cracio ha montado una excelente versión teatral, con adaptación de él mismo y de Antonio Álamo) que ahora se puede ver en la Sala Cuarta Pared . Iba con un poco de prejuicio, lo confieso, dada mi experiencia con la película. Pero nada que ver.
Esta versión teatral atrapa y no sólo por la música (excelente, de los 60 y 70). Los actores están magníficos, sobre todo los dos chicos que hacen de Joe (¡qué difícil tirarse toda la obra con la cara vendada y dar la sensación de vida y pensamiento!). DESGRACIADAMENTE, su trabajo se vio interrumpido por una ENERGÚMENA que, no sólo dejó encendido el móvil con EL MANOS LIBRES ACTIVADO sino que además COGIÓ EL TELÉFONO y le dijo a la que la reclamaba ("Isabel, Isabel, ¿estás ahí?", pudo oír todo el teatro, incluido el actor que se quedó descolocado) que luego la llamaba en medio del silencio sepulcral de la sala.
Algo hay que hacer con esta gente. Esta gente no debería ir a los teatros. ¡Qué falta de respeto por los que están encima del escenario y por los que han pagado la entrada! Y no es la primera vez que lo veo. Me parece increíble. Situada entre dos amigos, miré a uno que me dijo: "Qué hija de puta", cosa que suscribo, y luego miré al otro que me miraba hacia la oscuridad de donde salía la voz con los ojos desorbitados, como si quisiera desintegrarla con la mirada, diciendo "¡Qué fuerte"!. Propongo que cuando pase esto, se enciendan las luces y se invite a esa persona a salir de la sala. De verdad. En Sabores, de Sara Baras, cuando se ve una luz de móvil (porque la gente, aunque deja el móvil en silencioso, se dedica a mirarlo durante toda la obra y la luz esa tan molesta se ve, se nota, se padece. ¡No pueden estar dos horas sin mirar el móvil! Yo creo que la gente está enferma, sinceramente...) el acomodador le enchufa con la linterna. Medida avergonzante donde las haya, pero eficaz. Por lo menos es una medida.
Me fastidia mucho tener que haber dedicado un párrafo de este post a DENUNCIAR este tipo de comportamientos irrespetuosos. Pero hay que hacerlo. Yo me quedé con ganas de gritar "¡Apágalo ya!" (en esos momentos mi yo verdulero justiciero me rebosa de todos los poros), pero no era cuestión de desconcentrar más a los actores.
Salvo por este incidente, la hora y cuarto (minuto arriba, minuto abajo) que dura la obra se me hizo corta. La escenografía es sumamente eficaz para representar el hospital y los flash-backs que pueblan el montaje. Tiene momentos magníficos de monólogo (antiguerra, ante la estupidez y la crueldad de la guerra a la que nunca van los que las deciden) y de esperpento. Estoy segura de que irá, inlcuso, ganando en estos días, cuando los nervios del estreno que se notaban en algunos actores vayan desapareciendo. Muy recomendable.

Fecha: 12/01/2007

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